La justicia sin piedad es solo otra forma de violencia
¿Puedo mirar a los ojos del mal sin desviar mi mirada?
A veces el mal no quiere solo matar, sino arrastrarte con él. No basta con identificar al culpable; hay que resistir su lógica. Porque cuando la justicia se endurece hasta volverse implacable, algo esencial se pierde. Esta entrada es un intento de sostener la mirada —sin convertirse en sombra.
He visto cosas que otros no han visto. He leído detalles que nadie debería conocer. He estrechado la mano de hombres que matarían sin pestañear. Y, aun así, vuelvo a una sola pregunta:
¿Puedo mirarlo sin convertirme en él?
No hablo solo del asesino. Hablo del desprecio que él encarna. De la lógica de la eliminación, del uso del otro como objeto. Hablo de lo que ese crimen quiere sembrar en mí: odio, superioridad, juicio sin temblor.
He sentido rabia. A veces la he necesitado para seguir adelante. Pero sé que esa rabia, si no la vigilo, me deformará. El mal —el verdadero mal— no solo mata cuerpos. Quiere destruir la mirada. Quiere que yo vea al otro como cosa, como cifra, como escoria. Si cedo a eso, aunque atrape al culpable, yo también habré perdido.
Por eso necesito algo más que técnicas, más que perfiles, más que pruebas. Necesito un lugar interior que no se quiebre. Una llama que siga ardiendo cuando todo a mi alrededor esté helado. Eso es la piedad. No una emoción blanda, sino un compromiso feroz con la humanidad —incluso cuando el otro la ha traicionado.
Sé que hay quienes no cambiarán. Que si pudieran, me matarían para huir. Sé que el mal no siempre se redime. Pero también sé esto: no estoy aquí solo para aplicar justicia. Estoy aquí para resistir el contagio. Para no repetir, con otros medios, la misma violencia.
Mi fortaleza no es invulnerabilidad. Es memoria. Es temblor. Es saber que cada vez que actúo sin piedad, algo en mí muere. Por eso sostengo la mirada. No porque él lo merezca, sino porque yo no quiero dejar de ser quien soy.
No se trata de perdón. No se trata de absolución.
Se trata de no ceder mi alma a la lógica del enemigo.
De no odiar más de lo necesario.
De no simplificar lo complejo.
De no llamarme bueno solo porque estoy del lado de la ley.
No soy un santo. Soy un vigilante de las sombras, permitidme la metáfora.
Y necesito recordarme, una y otra vez, que la justicia sin piedad es solo otra forma de violencia. En estos tiempos tan convulsos, una criminología humanista es más necesaria que nunca.
Recientemente hice un programa reflexionando sobre la pena de muerte y como iguala en un acto de violencia extrema a verdugo y reo. Es difícil defender la piedad en ciertos entornos pero es lo que nos convierte en humanos.